educacion religuiosa

EL AGUA


  El agua, elemento indispensable para la vida, es uno de los símbolos arquetípicos. En el AT se menciona el agua potable, necesidad vital para el hombre y el ganado, pero también para la vegetación. Por ello, el agua se considera un don benéfico de Yahvé. En el desierto, él proveyó milagrosamente de agua, hecho que se recuerda una y otra vez ". En la promesa de la tierra `8, es de importancia decisiva la abundancia de agua. El agua es así factor de vida. Por eso la sequía es uno de los grandes castigos.
Pero el agua tiene un segundo aspecto, no ya vivificante, sino destructor, tanto en el ímpetu de las olas del mar como en la violencia de los torrentes o la crecida de los ríos. De ahí que Dios pueda usar el diluvio o las aguas torrenciales para aniquilar a sus adversarios. En el mundo judío, el abismo de las aguas, en particular el mar, era símbolo del reino de la muerte.  

Junto con la sangre y el fuego, el agua se usaba en todo el mundo antiguo como medio de purificación. Para el tiempo final de Israel, los profetas esperaban que Dios rociase la tierra y el pueblo con un agua purificadora, que eliminaría la idolatría e infundiría un espíritu nuevo en su interior . El agua se convierte en un símbolo del Espíritu de Dios, que limpia y elimina el mal.
En los evangelios se conservan ambos sentidos simbólicos del agua, destructor y vivificante; de ahí la figura del doble bautismo, el de Juan y el de Jesús (Mc 1,8 par.). El verbo griego (baptizó) que traducimos por «bautizar» tiene dos significados: «sumergir/hundir» y «mojar/empapar», según que
el elemento, líquido tenga contacto exterior o interior con un objeto. 5i el contacto es exterior (objeto que penetra en el líquido y desaparece dentro de él), significa «sumergir», con posible connotación de muerte (agua destructora); si el contacto es interior (líquido que penetra en el objeto y desaparece dentro de él), significa «infundir/mojar/empapar” , como la lluvia, con posible connotación de vida (agua fecundante).  

El simbolismo del agua destructora es el que estaba en la base del bautismo de Juan. La desaparición del hombre bajo el agua simbolizaba la muerte, en este caso la muerte a su pasado, como si éste quedase sepultado en el agua. En otro sentido, Jesús habla de su bautismo refiriéndose a su muerte v a la de sus seguidores (Mc 10,38s; Lc 12,50).
El simbolismo del agua vivificante como la lluvia se encuentra en la frase “bautizar con Espíritu Santo», la vida divina, que ya en los profetas era simbolizada por el agua («Derramar.»: Jl 3,1s; Is 44,3; Zac 12,10; «infundir»: Ez 39,29).
Asumiendo el lenguaje simbólico de los profetas, el Evangelio de Juan hace del agua el gran símbolo del Espíritu. La infusión de vida por el agua/Espíritu se compara a un nuevo nacimiento, que permite entrar en el reino de Dios ( Jn 3,5 ). El manantial de Jesús (4,6.14), del que procede el agua del Espíritu, sustituye al pozo de Jacob, figura de la Ley (4,12). El agua del Espíritu es agua viva que apaga la sed del hombre; es factor personalizante por convertirse en manantial interior que fecunda su ser (4,14).  

Hay dos piscinas en el Evangelio de Juan: una en el episodio del paralítico ( Jn 5,7 ), piscina cuya agua agitada representa la vana esperanza de curación; la segunda, en el del ciego de nacimiento ( 9,7 ), la piscina de Siloé ( el Enviado), que alude a Is 8,6: «el agua de Siloé que corre mansa», oponiéndose así a la anterior. El agua de la piscina del Enviado (Jesús) es símbolo del Espíritu. En Jn 7,37-39, el agua se identifica explícitamente con el Espíritu, que brota de Jesús traspasado en la cruz (19,34), momento de la manifestación de su gloria (7,39). También en el Apocalipsis “el agua de la vida» (21,6; 22,1.17) es símbolo del Espíritu.
En otras ocasiones, la mención del agua puede aludir al éxodo de Egipto, cuyo rasgo más característico fue el paso del Mar Rojo; el agua se convierte así en símbolo de una liberación por la violencia. Esta alusión se encuentra en el episodio del niño epiléptico (Mc 9,14-29 par.), figura del pueblo oprimido, a quien el espíritu inmundo (la ideología fanática de violencia) lleva a la destrucción incitándolo a la revuelta armada (Mc 9,22: «muchas veces lo ha tirado al fuego y al agua para acabar con él» ).
Un caso parecido se da en Jn 5,7, donde aparece el agua de la piscina, que periódicamente se agita («Señor, no tengo un hombre que, cuando se agita el agua, me meta en la piscina»); el uso del verbo “agitarse» (gr. tarássorzai), empleado en el NT solamente para personas y en particular para designar las revueltas populares, hace ver que el pueblo oprimido, representado por el paralítico, cifraba su esperanza de salvación en la subversión política.